Rodrigo Parrini* y Daniel González Marín**.
Si el arte constituye un proceso permanente de destrucción, como dice Boris Groys, sólo sobrevivirá una imagen de ese proceso, porque ésta «no puede ser destruida por su propia imagen». El destino del arte , agrega el crítico, no es diferente «del destino de las demás cosas», lo que implica su «desfiguración, disolución y desaparición en el flujo de fuerzas y procesos materiales incontrolables».