Danzantes del alba

“Disfrazados con desechos, ocultos detrás de máscaras frágiles, los migrantes danzan a lo largo de la calle principal de una ciudad que los rechaza.”

Carnaval de abandonados

Luz y la menor de sus hijas viven con VIH en Tenosique, una ciudad fronteriza del estado de Tabasco. No han sido expulsadas de su comunidad, pero tampoco participan plenamente de la vida social local. Viven en la miseria, tratadas con desdén por las instituciones. Están dentro y fuera. Los migrantes que transitan por la misma ciudad, a 50 kilómetros de Guatemala, también han sido abandonados; llegan a la Casa del Migrante con lo puesto para que se les dé alojamiento y comida. Intentarán viajar hacia el norte en un tren al que le llaman la Bestia. Su destino es incierto y nadie garantiza su integridad.

Son vidas en los límites de la legalidad y de la ciudadanía, pero también en las zonas más densas y delicadas de la ética y la política. No sólo sus destinos se juegan en estos trances, quizás los de multitudes que experimentan esas u otras formas de abandono. 

Quienes viven en el abandono, una manifestación contemporánea del poder, están ubicados en una zona ambigua entre la vida y la muerte, la memoria y el olvido, la pertenencia y la exclusión. El abandono es una relación inédita con los aparatos sociales y supone una reorganización profunda de las formas en las que las personas son localizadas y tratadas. Quien está abandonado se relaciona con las instituciones como si no tuviera derechos. 

Si los abandonados no logran articular una palabra legítima, de constituir un discurso válido en términos políticos: ¿qué estrategias podrían crearse para darle una voz a su abandono?, ¿qué intervenciones estéticas y políticas se pueden pensar para que el abandono sea expuesto, manifestado, desenmascarado?, ¿se podrían transformar los datos de una etnografía en los materiales de una pieza teatral y éstos en los umbrales de otros tipos de etnografías?

Bajtín dice que durante el carnaval se producen un segundo mundo y una segunda vida. En Tenosique todos los años el carnaval local permite una creación semejante, en la que la cultura popular manifiesta múltiples modos de leer las coordenadas sociales e imaginarias, contemporáneas e históricas. El carnaval enmascara a sus participantes (de todas las edades, las clases sociales, formas de deseo, oficios, religiones) para desenmascarar las relaciones sociales en su profunda inscripción inconsciente, corporal y lúdica. Se juega con la realidad para producir una forma colectiva de verdad. 

Este proyecto busca explorar sus potencialidades políticas y estéticas para crear un discurso de los abandonados y darles una voz que atraviese el espacio público y la vida social. Es una propuesta para traducir el silencio del abandono en la manifestación pública (y carnavalesca) de las máscaras que lo permiten y que lo ocultan. 

A través de un diálogo con los materiales que surgen de una etnografía con sujetos y colectivos abandonados deseamos crear una pieza teatral que se apropie de las coordenadas estéticas y libidinales del carnaval local para encontrar un lenguaje en el que los abandonados puedan hablar y hacerse visibles. Un carnaval de abandonados que inventarán un segundo mundo y una segunda vida en la zona de indistinción en la que habitan, para que pierda algo de su capacidad mortífera: el juego en vez del silencio; la celebración y no la muerte.

“Durante un carnaval en una ciudad fronteriza organizamos una comparsa formada por migrantes centroamericanos. Todos estaban de paso, alojados en un refugio de los franciscanos…”

Hacía un ensayo de la imagen

Un hombre mira hacia el horizonte desde una rama, desde un páramo. Con alas caídas, todo él pintado de colores rojos y negros como aquella antigua bandera que resonaba la huelga.  Hoy es un pájaro-hombre que  mira el atardecer pintado de colores naranjas, azules y violetas. Un vigilante, un halcón de mirada siniestra que disimuladamente reporta el orden: mira las marchas,  las muchedumbres, las masas, los paros. 
Un hombre-pájaro que vigila límite acechando el tiempo, su presa.

El hombre es mirado por el tiempo, siempre ha estado ahí, sobre ese árbol eterno. La imagen del árbol eterno, que nos presenta la espera, la desolación y el olvido. Imagen tan eterna como aquellos que miran desde su balcón en silencio, a la espera de un pitido. 
Halcones-pájaros-hombres. Siempre mirando desde arriba. 

¿Qué ve un ave sino una forma disminuida de las cosas? 
¿Qué es mirar desde las alturas?
Ver solo límites.

Un pájaro rojo y negro, sobre un árbol en medio de un lago. Impresión  que te puedes encontrar e en un sueño o en el balcón de una ventana. Yo también he visto hombres vigilando y halcones acechando, son siniestros: esa mirada hermética, silenciosa. 
Pájaro-hombre. Siempre en la rama mirando el horizonte.

Un traje hecho de pequeños retazos de telas de colores que se agitan con el baile. Se mueve el cuerpo y danza también esa materia tejida…”

“Las autoridades los vieron pasar como al resto del carnaval, en silencio. Ese es el rostro del Estado: un palco elevado cubierto con una lona que resguarda algunos funcionarios. Proscenios del poder que se montan y desmontan, pero que repiten sus formas.”

“Indocumentados pero festivos bajo la mirada del Estado. Esta escena abrió una fisura entre nosotros. Esto sucedió apenas a unos kilómetros de la frontera con Guatemala. Del Carnaval sólo pudimos guardar los trajes del Loco de la Danza. Las máscaras se perdieron.” 

“Entonces decidimos explorar las fuerzas corporales e históricas que se condensan en unos trajes de carnaval y los relatos que surgen de su producción industrial o artesanal.”

Traje lluvia de peces hecho por Santa

Traje confeccionado por Santa mientras nos contaba que en su comunidad llueven peces, nos cuenta la historia del Centro Poblado La Unión, en la periferia del departamento de Yoro, una ciudad agrícola en el centro norte de Honduras. Durante el final de la primavera y el principio del verano. Y solo bajo condiciones específicas: una lluvia torrencial, relámpagos y truenos —es decir, una situación en la que nadie se atrevería a salir a la calle— Cuando la tormenta termina, los pobladores agarran cubetas y canastas y se dirigen a un camino en una barranca donde la tierra estará cubierta de cientos de pequeños peces plateados. En Yoro, llueven peces.
Santa es una mujer movimiento, se  fue a Estados Unidos, es la cuarta vez que lo intenta. Estos trajes los realizó mientras vivía en Querétaro, después de haber sido deportada, después de que le  quitaron a su nieta.
Santa camina muy rápido, ha caminado mucho y recorrido muchas casas de resguardo, muchos pares de zapatos gastados, pantanos fríos, hambre y cansancio. 
Llegó a Houston hace muy poco, sin zapatos, pero llegó, ahora vive allá, ahora cocina, ya no cose.  Sigue viendo la tele todo el día, mientras trabaja, sigue luchando, sigue, ella siempre sigue adelante. 

Las telas de los trajes son retazos de tela provenientes de Topilejo, del Cesam. 

“Santa es Hondureña y vive en Querétaro. Nosotros le enviamos una máquina de coser y ahora tiene un pequeño taller de costura. Ella confeccionó varios trajes del Loco de la danza. 

“Se confeccionaron 40 trajes. Algunos de estos trajes fueron confeccionados en maquiladoras. Nos perseguía el tiempo y la epidemia.”

“Estas piezas hechas de retazos y deshechos esperan la llegada de un tiempo en la que los bailes y el trabajo sean una práctica sincrónica.”

Alan vive en Tenosique, cuidó a sus padres hasta que murieron y en cada carnaval sale con un traje distinto que encarga a alguna costurera de Tenosique.” 

Las alternativas muertas: interrupciones, fiesta y migración

La imagen, dice Joan Copjec, no constituye “un objeto atado”, sino “un movimiento o acto de irrupción” (Copjec, 2011: 97). La imagen constituye un umbral, “por encima de la dualidad de la imagen y el movimiento; de la conciencia o las cosas” (Deleuze, citado en Copjec, 2011: 97). ¿Qué umbral constituiría una imagen?, ¿dónde se localizaría para afirmar que separa tanto como reúne?, ¿se puede atravesar una imagen?, y si así fuera, ¿a dónde nos conduciría? La imagen no reside solamente en el mundo o en la conciencia. Está entre ambos.

¿Podemos producir umbrales por los que nos deslicemos hacia otros mundos u otras subjetividades y regresemos de ellos, como salimos por una puerta hacia la calle u observamos por una ventana algo que está cerca, pero distante? Un movimiento o un acto de irrupción: ¿mover qué o hacia dónde?, ¿irrumpir cómo y cuándo?

Al escribir sobre el cine del director iraní Abbas Kiarostami, Copjec sostiene que uno de los temas centrales de su cine es la necesidad de imágenes; sus personajes sufren un debilitamiento “por la falta de imagen de sí mismos”, según la autora (2011: 99). ¿Qué nos da una imagen de nosotros mismos?, ¿qué sucede cuando carecemos de ella?, ¿es una imagen o son muchas, es un conglomerado o un enjambre? Al parecer, emergemos con “nosotros mismos” a partir de la presencia de una imagen o muchas.
¿Qué aparatos conocemos que produzcan una imagen y un sí mismo, que no sea solo una condición imaginaria, sino una materialidad que nos localice en el mundo y ante los otros, que nos otorgue coordenadas de existencia y dignidad? La condición más radical de un “sí mismo” es el cuerpo, por lo que podríamos sostener que quien tiene una imagen también tiene un cuerpo y, de manera inversa, quien carece de esa imagen carece de cuerpo. Dar una imagen que sostenga un sí mismo es otorgar o encontrar un cuerpo.

¿Dónde podemos buscar un cuerpo?, ¿es algo dable?, ¿podemos producir cuerpos para quienes carezcan de uno?, ¿dar imágenes como damos la palabra o abrazos?

Cuando pensamos la comparsa de migrantes que participó, en el año 2016, en el carnaval de una ciudad de la frontera sur de México, cuyos integrantes estaban alojados en el Hogar-refugio para personas migrantes La 72, sostuvimos que quienes participaron de ese aparato festivo no tenían poder, pero sí una imagen. La comparsa era una imagen de cuerpos en movimiento y un umbral que se atravesaba para entrar en nuevos campos de visibilidad. La razón política de esa comparsa era hacer aparecer lo que permanecía oculto y forzar, en cierta manera, la mirada festiva aunque cotidiana del carnaval para que sus participantes vieran lo que habitualmente no miran. No se trataba de obligar, pero tampoco de esconder.

En ese sentido, los cuerpos danzantes de los migrantes se sumergían en las energías festivas del carnaval y atravesaban la fiesta diagonalmente para instalar en sus vértebras aquello que la celebración elude: el dolor de las orillas de la ciudad, el silencio de las instituciones y las vidas expuestas de los propios migrantes. Pero no se hizo mediante una denuncia, sino a través del baile. Los cuerpos se mueven aunque la lengua calle. El silencio colectivo es interrumpido por unos cuerpos en movimiento.
La imagen que surge de esa corporalidad agitada no es un asunto de luz, en primera instancia, sino de saltos y convulsiones, de piruetas y movimientos. Cuerpos vivos, sin duda, en contextos de muerte. Cuerpos que salen de un estado y entran en otro. El baile suscita, anuncia, abraza. No hay coreografía sino una relación personal con la música que se experimenta con otros/as. Bailar es un acto colectivo; es una práctica libidinal que erosiona la sequedad del presente, la parálisis de la política. Se mueven energías donde se espera sometimiento y cansancio. Las subordinaciones empiezan en la quietud de los cuerpos y la sombra de los cadáveres se extiende sobre los cuerpos vivos.

Foucault hace una hermosa pregunta: “¿Podremos encontrar un cuerpo, al mismo, tiempo tangible y fugitivo?”, ¿qué cuerpo sería ese ‘tangible y fugitivo’?, ¿qué tangibilidades emergerían de estos cuerpos y qué fugas podrían emprender?
Heiner Müller escribe, en Máquina Hamlet, “rompo el sello que cerraba mi carne. Quiero vivir en mis venas, en la medula de mis huesos, en el laberinto de mi cráneo. Me recluyo en mis vísceras”. Cuerpo sello, cuerpo celda y laberinto. Carne cerrada. ¿Es éste un cuerpo tangible y fugitivo. Tangibilidad carnal, fuga visceral. Un cuerpo cerrado que se pierde. “En algún lugar revientan cuerpos para que yo pueda vivir en mis excrementos. En algún lugar abren cuerpos para que yo pueda estar a solas con mi sangre”, ¿qué cuerpos revientan para que otros vivan?, ¿cuáles cuerpos abren para que otros estén a solas con su sangre?

Toda experiencia corporal implica otros cuerpos. Lo que sucede en un cuerpo depende de lo que acontezca en otros. De eso se trata la explotación, en primer lugar, de lo que hacen unos cuerpos para otros. Barren, siembran, ensamblan, recogen, revientan. Recluido en las vísceras cualquiera de nosotros/as sigue participando de la explotación de los cuerpos; en este contexto no hay escape. Podemos ser tangibles, pero nunca fugitivos.
¿De qué escapan los cuerpos?, ¿hacia dónde se dirigen cuando están en fuga?, ¿qué tangibilidades tienen que ver no sólo con la presencia sino con el futuro de los cuerpos?, ¿qué obstáculos detienen las fugas, qué sombras difuminan la tangibilidad?

Para crea un personaje, Bertold Brecht dice que se deben producir muchas alternativas y elegir una de ellas. Esa alternativa sedimentará, de algún modo, las otras. Las alternativas pospuestas se llamarán alternativas muertas. El destino de cualquier idea o imagen es morir para que otras surjan, aparecer mediante su ausencia sedimentada, intervenir de manera oblicua en aquello que parece vigente y completo.

Pensemos: ¿cuáles son las alternativas muertas de un cuerpo?, ¿qué se ha subsumido para que un cuerpo exista o para que baile? Un cuerpo vivo supone muchos otros muertos. Sólo a los seres vivientes les incumbe el tiempo, dice von Uëxkull. A los muertos no les importa. No hay alternativa o todas están muertas. Las alternativas muertas existen en aquella que se despliega. La elección es también una ejecución, en los dos sentidos de esa palabra: acción realizada y, de manera coloquial, asesinar. No hay ejecución sin muerte como no hay personaje (teatral) sin alternativas muertas. Dos formas de vivir: una que se realiza a través de aquello que excluye; otra que existe mediante lo que se elige.

Si solo a los seres vivientes les incumbe el tiempo, entonces solo ellos pueden bailar. ¿No es un asunto de tiempo cualquier baile o cualquier sonido (musical)? Sin tiempo no habría baile, pero ¿podemos imaginar un baile sin tiempo o a destiempo? Una danza sin cronos, acrónica. En un baile de este tipo: ¿habría alternativas muertas?, ¿o no tendría alternativa alguna?

“Abajo la felicidad de la sumisión”, escribe Müller. ¿Viva la tristeza de la revuelta? Febrero de 2016, a 58 kilómetros de la frontera con Guatemala, antes (2018) de que comenzaran a cruzar por México las grandes caravanas de migrantes centroamericanos y de otras nacionalidades y también antes (2019) de que fuerzas militares impidieran el paso de otras multitudes en éxodo, una comparsa de migrantes cruzó bailando y celebrando. “Todos los cuerpos están compuestos por una multitud de fuerzas” (Malabou, 1999, 410). “Lo que los cuerpos tienden a hacer, dice Sara Ahmed, es el resultado de la historia antes que de un ser original (being originary)” (Ahmed, 553). Multitudes de fuerzas y prácticas históricas. Silvia Rivera dice que en la fiesta “se erigen, en medio de la dominación, tácticas subalternas que la transfiguran por medio de signos y prácticas capaces de resignificar la existencia perdida o eclipsada”; ahí en el baile, la embriaguez y la comida emerge “la gramática de la gestualidad” que colabora en forjar identidades “en sus juegos interminables de estar y no estar, de ser y no ser” (2010, 136).

¿Es necesario sentirse contento para rebelarse o alzarse?, ¿son felices las sumisiones? No tengo una respuesta, pero me pregunto si se puede bailar sintiéndose triste. La multitud de fuerzas que convergían en la comparsa de migrantes, sedimentos históricos de sumisiones y rebeliones, encontraban una gramática en el carnaval. Es lo que esos cuerpos tienden a hacer: bailar colectivamente. Emerge una imagen de sí que es suscitada por fuerzas y afectos en esos “juegos interminables de estar y no estar, de ser y no ser”. Jugar a vivir y a existir. Jugar a tener un cuerpo. Documentar su alegría y su potencia. Hacer gestos para evitar los discursos. Tácticas subalternas “capaces de resignificar la existencia perdida o eclipsada”. También ahí habrá vísceras, aunque no reclusiones. De prisiones los migrantes saben, todo el proceso de deportación es una experiencia de encierro (en México y los Estados Unidos). ¿No hay en las vísceras una fuerza temida pero potente? Estos son los cuerpos tangibles, pero fugitivos. Tangibles en la carnalidad de sus existencias, en el desgaste de sus energías, en las condiciones de explotación que atestiguan o en las marcas que experimentan a lo largo del proceso migratorio: cansancio, heridas, insolaciones, enfermedades, hambre, violencias múltiples, angustia. Mucho más también.
Los cuerpos migrantes son como inmensos conglomerados de fuerzas y sumisiones, “que traen los ecos de vidas insumisas, que no cesan en dar sentido a contrapelo, un accionar rebelde que marca significativamente la vida subalterna poscolonial” (Rivera, 2010, 135). No hay migración sin insumisión; los cuerpos migrantes son cuerpos insumisos. ¿Qué otra energía haría que viajarán 3 mil kilómetros caminando o arriba de trenes, comiendo lo que encuentren, durmiendo a la intemperie? Ya caminar es un acto de rebeldía. “Rompo el sello que cerraba mi carne. Quiero vivir en mis venas, en la medula de mis huesos, en el laberinto de mi cráneo” (Müller).

Supongamos que la migración es la única alternativa viva, que todas las otras están muertas, pero no en la imaginación sino en la cotidianeidad del despojo. Esa alternativa no es una elección sino una apuesta determinada estructuralmente. No hay nada que perder, dicen los migrantes. ¿Nada? Pero no hablan de la derrota, sino del desierto: el lugar donde hubo vida, pero solo quedan sus restos (Povinelli, 2016, 33). Tsing dice que ni el declive ni la derrota escapan al progreso y a sus cuentos de arruinación (ruination) (Tsing, 2015, 27). Si no hay progreso allá donde quieren llegar, entonces no hay progreso en ninguna parte. El fin del viaje es el fin de ese relato y ese deseo. Los gobiernos deportan escépticos.
Línea de Sombra preparó la comparsa, con la ayuda de La 72. Era una intervención mínima. No es teatro. La comparsa sucede, en primer, lugar para sí misma y, posteriormente, para los espectadores del carnaval, que se apostan en las calles para ver pasar las comparsas y los grupos de baile. El carnaval no es una línea recta sino una ramificación de actos, imágenes y prácticas que ocurren a lo largo de su movimiento por las calles. Si bien hay una diferencia espacial y de rol entre quienes desfilan y quienes ver pasar los ven pasar, el lugar fundamental de la fiesta es el intersticio que se crea entre ambas posiciones. En ese espacio intermedio, que también se puede leer como una fisura momentánea, suceden las prácticas más disruptivas de esta fiesta, los encuentros corporales eróticos, las risas, los movimientos extravagantes, las persecuciones hilarantes, los gestos obscenos. No en el desfile sino en el desorden. Aunque de manera no explícita, podríamos asumir lo que Silvia Rivera dice de la fiesta y su potencial político, en ella “dos órdenes de mundo que se debaten pulsando los dominios de dos maquinarias, la una de sojuzgamiento y su estampa de “sufrimiento social” y la otra de circuitos culturales en resistencia y subversión, que desmoronan persistentemente los fundamentos de esa hegemonía”. Entre los carros que auspicia alguna marca de cerveza y los correteos y bromas, lo político (como expresión de los antagonismos sociales) emerge en las aperturas libidinales que el carnaval suscita. No se trata, como sostienen algunos, de que la inversión del orden social ratifique su versión normal y cotidiana. Lo más importante es que en este espacio social y ritual el mundo y los cuerpos se pueden experimentar de otra manera, pero no para ratificar lo existente, sino para imaginar lo posible.

En ese contexto, la comparsa de migrantes supone una ruptura del orden social. Quienes participaron estaban indocumentados, es decir, lo hacían sin tener permiso para estar en el país. Habitualmente ellos evitan el centro de la ciudad porque pueden ser detenidos y deportados. En ese momento bailaron por las calles céntricas de la localidad. El tono afectivo de la migración es el sufrimiento, pero el de la comparsa fue el gozo. Mieke Bal sostiene que “el arte participa de lo político, no lo representa sin más: en vez de meramente criticar, interviene” (234). Pero, en este caso, la intervención fue mínima y no intentaba producir una escena. No había pieza de arte alguna. Una comparsa, nada más. Bal se pregunta: “¿cómo fortalece la imagen, como tal, la vitalidad del dominio político?” (236). Dar una imagen, suscitar un sí mismo en las borraduras subjetivas y corporales que produce el sufrimiento y la desposesión, pero no una imagen sufriente, como acostumbran muchas prácticas y proyectos artísticos en este ámbito, sino otra gozosa y potente. ¿Se puede negar el sufrimiento? Sin duda, no. ¿Se puede tapar el deseo? Tampoco. En ese sentido, la comparsa se desplazó por el espacio intersticial que produce el carnaval, pero también en los intersticios del dominio político de la migración en el que se puede reafirmar su pathos doloroso o su vitalidad histórica.

La comparsa eludió los discursos de sufrimiento y duelo que las intervenciones políticas humanitarias extienden sobre los cuerpos, las vidas y las potencias migrantes. Desplegó, en cambio, una táctica subalterna, en palabras de Rivera, capaz “de resignificar la existencia perdida o eclipsada”. Diremos, perentoriamente, que estamos ante alternativas vivas, es decir, las posibilidades que en condiciones de exclusión estructural, desposesión y vulnerabilidad tienen los sujetos y los colectivos para producir sus mundos, experimentar sus cuerpos, establecer relaciones, construir un sí mismo, dotarse de imágenes. Si bien no las conocemos con anticipación, podemos encontrarlas contextualmente. No constituyen un guion sino un hallazgo. Los estados deportarán sujeto escépticos, que desconfiarán de las narrativas de progreso que los convocan y los expulsan, en un mismo gesto. La comparsa no surgió de esos relatos que arruinan las vidas mediante promesas clausuradas, sino de un compromiso profundo y vital con el presente: ese el tiempo del carnaval, quizás también de la alegría. La migración no es solamente una experiencia de tristeza y la sumisión otra de gozo.

Herta Müller escribe, en su novela Tierras bajas, que “el choque entre el miedo a la muerte y el ansia de vivir era una provocación para el rey” (Müller 2011, 65). ¿No se trata de eso, de provocar al rey y sus sustitutos mediante choques corporales y afectivos? No se trata sólo del miedo a morir o del ansia de vivir; son ambos: eso es una fiesta, “tan efusiva como su sentido político ritual” (Rivera, 2010, 136).

“Santa huyó de Honduras y no deja de huir de México, como si corriera por dentro de un esqueleto.  Su nombre completo es Santa María y es de Honduras.”

“Nosotros les enviamos a Santa y a Alan los overoles que sirven como esqueleto: un traje-mortaja, traje-ovillo, traje-mar, traje-Penélope, traje-hilos, traje-maquila, traje-traje. Tra(j)edias, traje. . .”

“La mayoría de los trajes se produjeron en una maquila en Topilejo al sur de la ciudad  de México. Una cooperativa de mujeres rescataron una ruina y la convirtieron en un pequeña industria maquiladora.” 

 “Hicieron 25 trajes y nos contaron la historia de aquel lugar. Que fue un Rastro, un matadero y luego se abandonó. Y también supimos que ese matadero perteneció a un expresidente, Gustavo Díaz Ordaz.”

“El Colgado es un arcano del Tarot que pende de cabeza. El mundo al revés, balanceándose en un árbol. Primero fueron los locos de la danza. Ahora, quién sabe. Hay tantos carnavales, duelos multitudinarios con la muerte o el gozo.”

Dicen los Maestros Espirituales (ME) que las tres primeras cartas que salieron tienen que ver con el abandonado, pero también abandonado va junto con olvidado. Dicen los ME que ellos, los abandonados, prefieren estar en la postura de los olvidados que de los abandonados. 

Taparse una vez al año la cara con las máscaras es una manera extraordinaria, dicen los ME, de olvidarse del dolor” 

El colgado es un arcano del tarot que pende de cabeza. El mundo al revés, balanceándose en un árbol.

No es sólo la lluvia, también la esperanza. Los peces caen del cielo en medio de la tormenta como dones, como truenos. En la techumbre de lata los peces retumban. No es sólo la lluvia, también el hambre. Los peces son gotas, semillas, los frutos brillantes de este mundo. Una cosecha, la multitud deslumbrada. 

¿Qué sucede si todo se invierte? Un colgado; arcano de la destrucción del mundo y el fin de las cosas. La mirada persiste, pero no para conservar algo, sino para cooperar en la disolución del paisaje, en la fricción del tiempo. 

Cada traje es una forma de acumulación: trabajo, retazos, hilos, colores, capas de tela sobre capas de tela como si se trazara una excavación desde el interior hasta los límites del cuerpo. Lo real más concreto −animal, banal.

¿Qué es lo más abstracto? La explotación, la maquila, los migrantes colgados de un tren, los trajes raídos sobre una mesa de plástico, las máscaras que cubren lo que nunca ha sido visto, los cuerpos cansados, las telas esparcidas en el suelo. 

La cámara es una frontera entre el Ojo y el Mundo

¿Qué deseo mueve los trajes o el carnaval?, ¿Cuáles miedos cubren las acciones y los esfuerzos? La máquina industrial eléctrica funciona sin interrupciones. Confecciona la acción y el deseo.

Girar rápidamente causa vértigo: ¿no es eso el teatro? Un vértigo contenido.

Ya no podemos imaginar el mundo como pantalla y mirarlo de frente. Podemos verlo de soslayo, como si estuviéramos en una estación de trenes atestada de gente y sin espacio para movernos. Apretados y solos. Próximos y distantes.

Espectros de África Revueltas oblicuas y carnaval de migrantes

Huir y desear
En el último prefacio que redactó para su libro L’Afrique fantôme, Michel Leiris escribe que ese continente se le presenta “más huidizo que nunca”, como una deriva menos negadora “que la borradura del tiempo”. África se había transformado en un fantasma para el antropólogo que participó en la famosa expedición Dakar-Yibuti, tal vez el último viaje colonial por los territorios de un imperio.

¿Existen espectros de África rondando distintos lugares?, ¿prácticas culturales cuya líneas nos llevarían hasta las expediciones esclavistas, los barcos atiborrados de esclavos y las plantaciones agrícolas de México y Centroamérica durante más de tres siglos?, ¿qué merodea de África en carnavales y danzas, en cultos religiosos y cantos, en máscaras y disfraces?, ¿no cruzan la frontera de México con Guatemala, en los cuerpos y las vidas de los migrantes centroamericanos que huyen de la miseria y la violencia, también esos espectros seculares, quizás borrados, pero de algún modo sintientes?, ¿no es la antigua esclavitud la que se desplaza hacia los países centrales, en busca de otras oportunidades y otras formas de vida?

Leiris dirá que su libro es tanto una confesión como una huida. Una confesión del saqueo colonial, una huida de sus deseos más íntimos. África: deseo y culpa.

Danza sur/frontera norte
Durante un carnaval en una ciudad fronteriza organizamos una comparsa formada por migrantes centroamericanos. Todos estaban de paso, alojados en un refugio de los franciscanos. Habíamos hecho con ellos algunas máscaras de papel maché, pintadas a mano. Llevamos dos trajes de un loco de la danza, confeccionado con retazos de industrias textiles localizadas en Ciudad Juárez, frontera norte. Un loco que baila en distintas festividades de México. Un traje hecho de pequeños retazos de telas de colores que se agitan con el baile. Se mueve el cuerpo y danza también esa materia tejida. Los migrantes tomaron algunos vestidos y ropas que habían sido desechados del ropero del refugio porque eran prendas con otros usos: vestidos de novias, trajes de fiesta, smokings, sombreros. En el carnaval encontraron su sentido definitivo.

Naufragios
En esa comparsa participó un grupo de migrantes garífunas, un grupo étnico que declara provenir de un naufragio de barcos de esclavos africanos frente a las costas del Caribe hondureño. Ellos propusieron pintarse los cuerpos de color negro, como se hace en los carnavales de sus localidades. Negro sobre negro, tonos de oscuridad y brillo. Disfrazar el cuerpo con sus propios matices.
¿Son esos naufragios míticos, semejantes a los que relatan las comunidades negras de las costas del Pacífico mexicano, anuncios de otros naufragios en otros mares?, ¿son los mares del Caribe también las aguas del Mediterráneo?, ¿son los cuerpos de los migrantes africanos muertos en las costas de Europa los cuerpos de esos esclavos que alguna vez recalaron en los litorales centroamericanos?

Ébola
En la frontera se rumoreaba, en esos mismos años, que los migrantes traían el ébola, la enfermedad del África fantasmal y siempre herida.

Espectros
¿Cómo se podrían atrapar espectros? Si tuviéramos que vestirlos, hacerlos danzar, conocer sus alegrías y sus pasiones: ¿qué trajes les ofreceríamos?, ¿qué ojos necesitamos para observar los espectros de las historias inconclusas de las que somos testigos y de las que, en alguna medida, todos provenimos?
África espectral aparece ante el etnólogo/colonizador como una suma de fantasías personales y mundos reales, de deseos pospuestos y cuerpos vivos. Dice que el continente realiza una deriva, distinta de la borradura del tiempo. En los cuerpos de los migrantes: ¿qué tiempos se han borrados?, ¿qué herencias apenas podemos reconocer o trazar?

Disfrazados con desechos, ocultos detrás de máscaras frágiles, los migrantes danzan a lo largo de la calle principal de una ciudad que los rechaza. Una fiesta como cualquier otra, remecida por la presencia de esos extraños.

Destinos
Del carnaval sólo pudimos guardar los dos trajes del loco de la danza. Las máscaras se perdieron.
África no existe en la frontera. Por eso regresa como un espectro, que circula por las rutas migratorias y mercantiles, que se sube a los trenes como se bajó de los barcos, que regresa a las plantaciones de azúcar y a los platanares. En esa frontera convergen los espectros de los esclavos indígenas que talaron la Selva Lacandona, cuyas madera bajaron por el Usumacinta hasta las costas del Atlántico para ser llevadas en barcos madereros hasta los puertos de Inglaterra y Francia, con los de los esclavos negros que cavaron las minas centroamericanas y cultivaron las plantaciones.
El puerto donde cargaban los maderos de la selva se llama Frontera.

Geografías
En las geografías coloniales del presente: ¿quién recolecta objetos en esos puntos donde parecen converger los espectros?, ¿qué barcos zarpan de Frontera, al sur de México, o naufragan en el mar Caribe?, ¿quién se esconde de la policía y quién huye?, ¿quién se disfraza y danza o canta y celebra?, ¿en qué cuerpos se cobijan las rebeliones oblicuas de las que habla algún filósofo?

A mis ojos, escribe Leiris, África se ha vuelto fantasmal.

Trailer

Créditos

COLABORADORES EN LA CREACIÓN / INVESTIGACIÓN Y DRAMATURGIA: Rodrigo Parrini | MOVIMIENTO ESCÉNICO: Zuadd Atala*** | MÚSICA ORIGINAL: Jesús Cuevas | ESPACIO E ILUMINACIÓN: Jesús Hernández | DIRECCIÓN DE ARTE | Malcom Vargas | VIDEO Y PROGRAMACIÓN: Raúl Mendoza | ASISTENTE DE DIRECCIÓN: Adrian Mejía | SACBE PRODUCCIONES / DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Jessica Villamil y Javier García / DIRECTOR DE CÁMARAS: José Alberto Cicero / SEGUNDA CÁMARA: Sandra Perdomo / DISEÑO SONORO: Miguel Cicero | ASISTENTE TÉCNICO: Alejandro Carrasco | FOTOGRAFÍA EN TOPILEJO Y ECATEPEC: Marialy Soto Becerril | REALIZACIÓN DE TORO PETATE: Moisés Segundo, Pablo Márquez y Pedro Rodríguez (Tenosique, Tabasco) | PIEL DE TORO PETATE: Toztli Abril de Dios** y Santa María Rosales | DISEÑO GRÁFICO: Carlos Villajuárez | PRODUCCIÓN EJECUTIVA: Alicia Laguna | ASISTENTES DE PRODUCCIÓN: Manuel Alejandro Trujillo, Greta Román y Vianey Salinas | ADMINISTRACIÓN TLS: Patricia Díaz | EJECUTANTES: Nancy Arollo, Toztli Abril de Dios**, Juan Carlos Palma, Gilberto Barraza, Ricardo Leal, Amed Martínez, Marisol Zepeda, Elisa Romero, Iván Mondragón y José Antonio Becerril.

DIRECCIÓN DE ESCENA: Jorge A. Vargas*.

AGRADECIMIENTOS
Agradecemos la colaboración y el apoyo de Canal 23, TV4, Haydeé Boeto, María de los Ángeles Castro, Angel Hernández, Philippe Amand, Miguel Angel Rodríguez, Calixto Roman, Norma Mendoza y al grupo de danzantes Otomí Xita Coorpo de Magdalena Bosha (Temascalcingo, Estado de México).

DANZANTES OTOMÍ XITA COORPO
(Magdalena Bosha, Temascalcingo, Estado de México) Mario Miguel Anastacio, Javier Gaytán Ruiz, Areli Miguel Contreras, Maribel Morales Contreras, Miriam Miguel Contreras, Juan Carlos Miguel Contreras, Guillermo Salvador Contreras Encarnación, Jesús Lara López, César Lara López, Jonathan López Contreras, Luis Remedios Ursua, Luis Rey Salgado Domínguez, Alfredo Salgado Martínez, Juan Domingo Martínez, Alejandro Rodríguez Segundo, Jesús Rodríguez Nuñez, Janette Mendoza Sánchez, Carmen Martínez Sixto, Aron Rodríguez Segundo, Leonardo Domingo Martínez, Miguel Ángel Rodríguez Segundo, Brallan Nuñez Segundo y Alexis Uriel Rodríguez Contreras.
MÚSICOS: Juan Rodríguez Segundo y Noé de la Cruz de Jesús.

* Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
** Beneficiaria del Programa de Creadores Escénicos 2019-2020. Área Interdisciplina B.
*** Beneficiaria del programa Creador escénico con trayectoria 2019-2022 del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.